lunes, 19 de enero de 2009

Pozos de ambición. Paul Thomas Anderson (2007)


(Contiene algo de spoiler...)

Mientras que el título original 'There will be blood' ('Habrá sangre') resulte algo confuso y parezca más propio de un film de serie B o de un western, la particular 'traducción' española 'Pozos de ambición' no podía ser más explícita respecto a lo que encontramos en esta cinta. Una historia, la de Daniel Plainview (Daniel Day-Lewis) a través de la cual el polifacético director de 'Magnolia' explora los límites de la ambición y la codicia humana llevados a la máxima expresión.

Situada a finales del S. XIX la acción parte de un marco histórico real, el del 'boom' de la explotación petrolífera que por aquellas fechas tendría lugar en Norteamérica. El protagonista, un tenaz emprendedor obsesionado con encontrar la mejor manera de hacerse rico descubrirá un negocio rentable en la extracción de petróleo, campo de actuación por entonces todavía fértil puesto que a penas se anticipaban las posibilidades que el conocido como 'oro negro' tendría para la futura sociedad industrializada.

Desde los primeros minutos de metraje el personaje de Plainview se nos muestra como un individuo intrépido, todo un superviviente que no vacila ante la adversidad y que, por el contrario, parece programado exclusivamente para lograr sus especuladores propósitos en detrimento de cualquier otro objetivo personal o familiar. Su vida transcurre orientada hacia un único fin y necesariamente ese afán inagotable por amasar riquezas acabará teniendo consecuencias terribles tanto para él como para aquellos que le rodean. Aunque la historia en ningún momento engañe al espectador respecto a la naturaleza egoísta e interesada de Plainview es cierto que a medida que avanza el film la actitud del protagonista se radicalizará, convertirtiéndose hacia la parte final en un ser despiadado y totalmente deshumanizado que no dudará en hacer lo que sea necesario, aunque ello implique su propia humillación pública, para aumentar todavía más su ya desmesurada cuenta corriente.


Por este papel Daniel Day-Lewis ganaría en '08 el Oscar al mejor actor. Su interpretación del petrolero sin escrúpulos resulta grandilocuente y al mismo tiempo magnífica. Destaca también el papel del predicador Eli Sunday (Paul Dano) que, en un principio antagónico del protagonista, acabará por descubrirnos que su naturaleza se también rige por los mismos parámetros que los de su archienemigo, sólo que en su caso disfrazados de supuesta bondad cristiana. Los comentarios mordaces y las pinceladas de humor unidas a situaciones hilarantes como la que tiene lugar en la escena final en la habitación-bolera de Plainview son otra de las grandes bazas de una película que aun cayendo por momentos en lo excesivo y grotesco no provoca que el resultado final desentone con el tono serio y dramático de la historia. Técnicamente arriesgada y bien construida, con una fotografía espectacular por la que también se llevó el Oscar vale la pena destacar el impresionante -y largo- plano secuencia que tiene lugar cuando explota uno de los pozos petrolíferos dejando sordo al hijo de Plainview.

Resulta inevitable la comparación del petrolero envilecido por el poder con la del imponente James Dean de 'Gigante', clásico de George Stevens del año '53. También mantiene paralelismos con otras grandes obras de la historia del cine como 'Ciudadano Kane' de Orson Welles '41 o 'Avaricia' de Erich Von Stroheim '24.

Como curiosidad, la banda sonora es obra de Jonnhy Greenwood, guitarrista y colíder de Radiohead.
Sandra M.

viernes, 9 de enero de 2009

La cuestión humana. Nicolas Klotz (2007)

(Contiene mucho spoiler...)

No es la primera vez que un director se toma ciertas licencias cinematográficas para convertir el papel del psicólogo -o de la Psicología en general- en un recurso argumental atractivo en lugar de ajustarlo a la realidad. Sucedía -y no cuestiono la calidad del film- con la representación de la enfermedad mental de Catherine Deneuve en 'Repulsión' de Roman Polanski y sucede también con el rol profesional de Mathieu Amalric en la francesa 'La cuestión humana' de Nicolas Klotz.


Simon (Mathieu Amalric) tiene 40 años y trabaja como reconocido psicólogo en el departamento de recursos humanos de una empresa petroquímica, filial en Francia de una importante multinacional alemana. Aunque su función es la de realizar entrevistas de trabajo y organizar dinámicas para ejecutivos no le tiembla el pulso cuando el codirector de la empresa le reclama para elaborar un informe clínico que evalúe el estado mental del director general, de quién sospecha está perdiendo facultades y teme que pueda llevar a la empresa al desastre. A partir de ese momento Simon analiza en secreto el comportamiento del director general a través de varios encuentros en los que finge hacer peticiones relacionadas con su departamento. En realidad un psicólogo con un mínimo de dignidad profesional rechazaría llevar a cabo una tarea así ya que estaría pisoteando los principios éticos y metodológicos básicos que rigen la disciplina. Sin embargo el personaje de Simon no se nos presenta como un animal sin escrúpulos ni como víctima clara de un chantaje, lo que reafirma la idea del desconocimiento general, intencionado o no, de las funciones del psicólogo. Un detalle que como mucho molestará a una minoría de espectadores y que, una vez más, será fagocitado como algo normal por el resto.

Por contra el 'verdadero' conflicto moral, aquel que interesa al director y que constituye el gancho de la película, es el que tiene lugar cuando Simon descubre que el encargo que le realiza el codirector responde en realidad a una estrategia de este último para desprestigiar y quitar de en medio al director general. Las raíces de la antipatía que existe entre ambos se remontaran a un pasado con inesperadas conexiones con el Holocausto y el tercer Reich.

La película, elegida por el programa 'Días de cine' como una de las 10 mejores del '07 (que no es poco), en mi opinión no sabe conducir con éxito un argumento potente y con muchas posibilidades. La buena interpretación de Mathieu Amalric -al que habíamos poco antes en La escafandra y la mariposa y como el villano de Quantum of Solace- no está a la altura de un guión que parece perderse en su propio discurso. La película juega con el lenguaje de la organizaciones, el cual es tan frío y técnico como lo eran los informes nazis, y de alguna manera pretende equiparar el microcosmos empresarial a lo que sería la vida en un estado fascista, donde sólo los mejor preparados tienen derecho a permanecer mientras que los que demuestran alguna flaqueza deben ser apartados de inmediato. El protagonista, tras ahondar en el pasado de sus superiores, siente que de alguna manera él como psicólogo de recursos humanos también está contribuyendo a estos procesos de admisión/exclusión y eso le lleva a padecer su propia crisis personal. Hacia la parte final la película roza el melodrama, se emborracha de su propio discurso antinazi y acaba con un final que no arroja soluciones a las cuestiones que había ido planteando.


Como contrapunto la ambientación musical es variada y juega un papel muy importante convirtiéndose también en otro de los protagonistas del film (atención a la intervención del cantaor flamenco Miguel Poveda). De hecho si tuviera que escoger una escena de esta película me quedaría por varios motivos con aquella que tiene lugar al principio, en la discoteca, donde los ejecutivos de la empresa, borrachos y desfasados, bailan atolondrados Temptation de New Order.

Sandra M.